Ya plagado de gente, ayer tarde, el lugar me resultó extraño, inquietante. Intuía a las personas, que apenas se dejaban ver. A pesar del calor, casi en todos los puestos había un pequeño fuego encendido, quiero creer que por cuestión de luz y cocina, que no de temperatura.
anochecer.
falta el brillo de luna
entre adoquines
Hoy bien temprano, la luz del sol entra por estas ventanas que en toda Latinoamérica se empeñan en no cerrar del todo, y ya en la calle la extrema luminosidad me introduce de lleno en la vida, me siento como del lugar.
Subiendo peldaño a peldaño, la plaza aparece como si un telón se descubriera al revés, de arriba abajo. Todo es blanco. Todas las paredes son escrupulosamente blancas. Las de las casas, las tiendas y las iglesias. Más escalones, y arriba, a las puertas de lo que viene a ser una catedral, algo me llama poderosamente la atención. Es un chamán. Tiene todo el suelo a su alrededor plagado de hojas y ramas. Y nuevamente un fuego que despide un humo denso y oscuro. Me lo habían avisado,”eso no es para turistas. Lo auténtico y lo comercial conviven en Chichi, si quieres disfrutar, aprende a distinguirlo al vuelo”. Me voy directo al humo, esperando oler algo maravilloso. Ni laurel, ni olivo ni nada, no identifico aquellas ramas que además huelen a eso, a nada de nada. Solo humo, un humo gris plomo que contrasta con tanta blancura. Malmirado me voy y comienzo a caminar dispuesto a disfrutar de uno de los mercados más afamados del mundo.
el sol subiendo,
y sobre el empedrado
queman mis pies
Ahora sí, los puestos para turistas se hacen evidentes. Me llaman amigo, vuelvo a ser uno más. Pinturas, muñecos, bolsos… y de repente, veo antes que huelo un gran puesto de ajís. Hay apilados algunos verdes, pero, desordenados, montones de muy diversos tamaños cubren la gama que va del amarillo al rojo pasando por cualquier tipo de naranja imaginable. Sí, el butano también. Cuesta alejarse de ese aroma.
Más puestos para turistas y apenas a quince metros, un tablero lleno de especias. ¡Qué extraño! Ahora es al revés, llego por el olor pero me cautiva finalmente cada uno de los colores de los montoncitos. Es el querer conocer cómo es cada grano, cada molienda, lo que me deja un rato levemente inclinado sobre el puesto… lo siento auténtico. Aquí la abuela desdentada ni me ha mirado. Me trata como a turista y como turista le respondo: ante su molesto malestar, me molesto yo; quisiera fotografiarla con avidez de visitante japonés. Sigo caminando y voy dándole a la cabeza ¿y qué debiera haber pensado la indígena de un tipo pálido, serpenteando por las calles del mercado de Chichicastenango, mochilero en bermudas y con la polaroid lista para disparar?
lavan verduras.
el agua sucia corre
junto al bordillo
Elías (Albacete)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
5 comentarios:
Bueno, tras trabajarlo un poco más, el primer haiku quedaría....
anochecer.
falta el brillo de luna
entre adoquines
Ha quedado perfecto. Un haibun precioso, Elias.
Un beso
lavan verduras.
el agua sucia corre
junto al bordillo
Me gusta este haiku Elías...
¿Y si las ventanas entreabiertas no son para dejar pasar la luz, sino para ver lo que (o quien) pasa afuera? El mundo auténtico y el comercial no solo conviven, se necesitan.
Me gusta ese caminar dando pasos, la temperatura de la luz, el olor del color, distinguiendo lo real de lo imaginario. A la abuela le importa vender, para que mirarlos, los turistas son todos iguales.
Me gusta que la luna, el sol y el agua salpiquen en forma de haiku uno de los mercados más afamados del mundo.
Cáspitas Elías ¿soy el último en enterarme de que también le das a la prosa?
Nunca estuve en ese lado del charco pero hoy me has abierto una ventana en la que poder fisgar un poco. Me ha gustado en especial el paso del humo negro carente de cualquier olor y al otro lado del empedrado el estallido de colores y aromas. Me gusta, espero más.
Publicar un comentario